La segunda vida de una iglesia
Suena un ruido seco, repetitivo y que se entrecorta de cuando en cuando en las afueras de la Villa de Sepúlveda. Más suave que los arietes que en su momento intentaron sitiar las murallas que hoy en día se conservan por fragmentos, pero parecido en la insistencia. Estas murallas estaban flanqueadas por siete puertas que protegían el castillo de Fernán González situado en el centro del pueblo donde empieza a oler al característico lechazo que tan bien cocinan en la zona donde las barrancas y hoces del río Duratón abrazan la belleza y sencillez castellana de un pueblo donde las iglesias son multitud. De los restos de una de ellas, en concreto de los contrafuertes para la sujeción de uno de sus muros, surgió el frontón de donde vienen los ruidos citados anteriormente. Dentro de lo que fue la antigua muralla y en la zona de las cuevas en medio de la senda de la glorieta, ruta accesible y recomendable después de un buen desayuno y antes del vermú, se encuentra el frontón de la Villa de Sepúlveda. Construido a principios de los años cuarenta del siglo XX aprovechando los restos de piedra caliza de la antigua iglesia románica de Santa Eulalia, presenta un aspecto robusto y diferenciado respecto a lo que sería un frontón convencional. Sus medidas no son las oficiales, pues el aprovechamiento de las antiguas paredes y cimientos de la iglesia románica hacen que la pared frontal, de piedra pulida, sea un poco más baja de lo que debería y hace que la pared lateral, de piedra recubierta de argamasa, sea aún más corta dando lugar a una pista un tanto más pequeña. A pesar de las últimas reformas acometidas, las superficies sobre las que rebota la pelota no presentan una uniformidad total pudiendo producirse un rebote irregular que los que suelen jugar en él tienen dominado. El juego de la pelota es uno de los deportes con más tradición en la zona llevando una de las calles de esta localidad el nombre de Camino de la pelota en recordatorio de que allí se desarrollaba este deporte. Los ruidos dejan de sonar en el emblemático frontón de Sepúlveda, el sol empieza a caer y es buen momento para entrar en calor con una copa de Ribera de Duero.