La vida por un escudo
Abdón Porte dejó la copa vacía sobre la mesa y abandonó la fiesta de celebración habitual que hacía el equipo tras ganar los partidos y que tenía lugar siempre en la sede del club en el centro de Montevideo. Eran alrededor de la una de la madrugada cuando enfiló rumbo a la Avenida 18 de julio y Convención donde tomó un tranvía con destino al Gran Parque Central, el campo que él junto con sus compañeros de equipo reinauguraron en 1911 tras las obras de remodelación acometidas tras el incendio. Dentro del templo del Club Nacional de Football se dirige al centro del campo con un revólver oculto bajo la vestimenta.
El último partido
4 de marzo de 1918, Nacional inicia la temporada disputando en casa un amistoso contra Charley que acabaría con victoria local por 5-1 (dos goles de Rodolfo Marán, dos de Ramón Gorga y uno de Héctor Scarone). Abdón Porte fue titular en el encuentro donde tuvo una gran actuación y volvió a demostrar su carácter aguerrido de gran temperamento, su poderoso juego aéreo, su liderazgo y el gran sentido táctico que lo convertían en un mediocentro defensivo temible. Días antes la directiva le comunicó que su compañero Alfredo Zibechi sería el jugador titular en su demarcación durante esa temporada.
Recuerdos
Por su mente seguro que pasó su admiración por los hermanos Carlos y Bolívar Céspedes, emblemas de Nacional y por los cuales empezó a practicar fútbol. También sus primeros minutos con Colón en 1910 o su consolidación como jugador en Libertad que lo llevó a ser traspasado en 1911 a Nacional, el club de sus amores donde jugó 206 partidos y levantó 19 títulos que lo auparon a la selección uruguaya con la que ganó la Copa América de 1917. Era el capitán y uno de los estandartes del equipo tricolor de Montevideo con el que no se perdió ningún clásico disputando 39.
La maldita rodilla
Fue precisamente en un clásico contra Peñarol el 27 de mayo de 1917 cuando se lesionó la rodilla. Un mes fuera de las canchas y el capitán ya estaba listo para alzar el tricampeonato, un hito histórico en aquel momento para el club. Las alegrías se terciaron en preocupación cuando comenzó a darse cuenta de que la rodilla no se había recuperado correctamente y le había mermado el rendimiento durante la pretemporada de 1918. La tarde anterior al partido ante Charley visitó a Juan, su hermano mayor, en el barrio de Jacinto Vera. Le enseñó la maltrecha rodilla y cuando este la tocó sintió un fuerte dolor. Juan le prometió que la próxima semana irían a la playa para caminar por la arena y tratarla con la sal del mar. Abdón le dijo que su vida sin poder aportar a Nacional no tendría sentido, que el día en que ello llegara, su existencia carecería de significado.
Disparo al corazón
Tocó el césped por última vez, visualizó las gradas vacías que tanto lo habían ovacionado y se paró en el circulo central. Empuñó el revolver escondido, se lo acercó al pecho a la altura del corazón y disparó. Nadie escuchó nada en la fría noche. Al amanecer siguiente el perro canchero Severino Castillo lo encontró junto a dos cartas, una para su familia y otra para el presidente José María Delgado que versaba de la siguiente manera:
“Querido doctor don José María Delgado. Le pido a usted y demás compañeros de Comisión que hagan por mí como yo hice por ustedes: hagan por mi familia y por mi querida madre. Adiós querido amigo de la vida. Que siempre este adelante el club para nosotros anhelo yo doy mi sangre por todos mis compañeros…Ahora y siempre el club gigante. Viva el club Nacional”
Todo Uruguay quedó consternado con el suicidio. Se organizó un gran funeral donde sus compañeros, muy conmovidos, custodiaron y llevaron el féretro hasta el Cementerio de La Teja junto los hermanos Céspedes, sus ídolos. Un mes después, el 3 de abril, tendría que haber contraído matrimonio con su novia pero el trágico hecho lo evitó y acabó casado a la historia de Nacional para siempre.
Fotografía | La Abdón