Elogio de Rafael Alberti a la valentía de Franz Platko
20 de mayo de 1928. En Santander se disputó el primero de los tres partidos que decidirían el ganador de la Copa del Rey entre el F.C. Barcelona y la Real Sociedad. No existía ni la prorroga ni los penaltis y el vencedor sería el primero en ganar el partido en los noventa minutos. El primer encuentro se jugó bajo la lluvia y el barro en los Campos de Sport del Sardinero y dejó como protagonista al guardameta del F.C. Barcelona Franz Platko.
La Real dominaba el encuentro y en una buena jugada su delantero centro, Cholin, encaraba la portería con todo a favor para anotar gol. Platko se arrojó a los pies del delantero donostiarra cuando este armaba la pierna para chutar y se llevó un golpe brutal en la cabeza. Evitó el gol pero tuvo salir del campo conmocionado y con la cabeza ensangrentada para recibir seis puntos.

Todo parecía indicar que no continuaría jugando. No existían los cambios todavía y dejó a su equipo con diez jugadores. Al comenzar la segunda parte el portero no apareció por el túnel de vestuario y para colmo se lesionó Samitier. El equipo blugrana se queda con nueve jugadores. Tras recibir la antitetánica y un aparatoso vendaje, que terminaría perdiendo durante el resto del partido, Platko volvió al terreno de juego ante una atronadora ovación de la grada. Posteriormente también se reincorporaría Samitier. El partido terminó finalmente 1-1.
El poeta Rafael Alberti se encontraba en la grada ese día y quedó sorprendido con la actuación del portero húngaro. Tanto gusto a Alberti el comportamiento heroico de Platko que le dedicó la siguiente oda que escribió en soledad en La Casona de Tudanca y que apareció en la primera página del periódico La Voz de Cantabria del día 27 de mayo de 1928:
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tu llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mando el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
Rafael Alberti
Fotografía | La Voz de Cantabria | Texto | Daniel Juárez