Cultura

El universo de Mad Max

Repaso por una trilogía en el que los automóviles tienen un papel principal dentro de una historia que se ha renovado con la última entrega.

El clímax tras una trilogía sobre ruedas

En estos tiempos, donde parece que la imaginación es un recurso natural que, como el petróleo, acabará escaseando en un par de años, los remakes, reboots, crossovers, precuelas, secuelas y demás adaptaciones, que se valen de metrajes ya existentes para crear una nueva historia y así atraer tanto a los fans más nostálgicos como a las nuevas generaciones, están a la orden del día. El resultado de estas elaboradas maniobras, promovidas principalmente por los grandes estudios norteamericanos, no son otra cosa sino continuos fracasos en taquilla que evidencian la codiciosa finalidad con la que se realizan.

Pero, ya sea por cuestiones puramente estadísticas, o porque siempre hay excepciones que confirman la regla, a veces puede dar uno con producciones que no solamente son dignas y respetables, sino que superan a sus predecesoras y mejoran lo que un día se fraguó de forma más modesta, como es el caso de Mad Max: Furia en la carretera.

Treinta años después de salir a la luz Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno, donde un treintañero Mel Gibson daba vida por última vez al ex policía Max Rockatansky, se puede decir, sin temor a equivocarse, que la nueva aventura del “guerrero de la carretera” no solo es la mejor película de la saga sino una de las cintas del año en el que se estreno. Hecho corroborado después de arrasar en las categorías técnicas de los premios Oscar (Mejor montaje, sonido, edición de sonido, maquillaje, diseños de vestuario y diseño de producción).

Sin embargo, antes del estreno de Mad Max: Furia en la carretera no faltaron las discrepancias y quejas del público más devoto a la trilogía al ver que era inevitable la llegada a golpe de rugido de motor de una nueva historia que reviviría aquel desolador futuro post-apocalíptico. ¿Era necesario? No, como la inmensa mayoría de secuelas. Pero en esta ocasión fueron la insistencia del cineasta George Miller –director y guionista de esta serie de road movies de acción– y unos mejores medios y producción, los responsables de continuar expandiendo el universo Mad Max.

A diferencia de Furia en la carretera, el tríptico original supura menos cantidades de acción, adrenalina y estética punk. Esto se hace eco, sobre todo, en la primera de las entregas, Mad Max: Salvajes de autopista, limitada en términos de puesta en escena (achacable al reducido presupuesto del que se disponía) y en una historia poco aguerrida y muy predecible.

Quizás es la segunda parte, Mad Max: El guerrero de la carretera, la que sale mejor parada al ser comparada con su oscarizada y más joven familiar. Se crea el esqueleto argumental por la que se guiarán sus sucesoras al desarrollar sus correspondientes tramas: Max, lleno de remordimientos por su pasado, vaga solo por el desierto. Su soledad se ve interrumpida cuando, de repente, se ve inmiscuido en una guerra entre dos bandos rivales. El atormentado guerrero ayudará a los supervivientes del lado más necesitado a derrotar a la facción malvada con la que luchan. 

Por lo general, en el cine, cuando aumenta el número de películas de una saga, disminuye  progresivamente la calidad de su producción e historia. En este sentido, Mad Max: Furia en la carretera es especial. El resurgimiento de un nuevo Max, encarnizado en esta ocasión por Tom Hardy, le da una nueva perspectiva al personaje. No es que la cara de Mel Gibson fuera aburrida (que también) pero como buen actor que es, Hardy ha sabido redireccionar con gran maestría y aportar sus rasgos más característicos de tipo duro, pero con corazón, al personaje. Tampoco hay que olvidar el papel de Charlize Theron como Imperatora Furiosa, coprotagonista junto a Max y motor que impulsa la acción de toda película. Gran personaje femenino.

Por último, no está de más recordar, aunque sea brevemente, el trasfondo remotamente social de la cinta, que bien puede ser ignorado por culpa del desenfrenado y vertiginoso ritmo con el que se desarrolla. En este caso, se trata de la supresión de libertades de la mujer, las cuales son vistas como meros objetos de colección valorados por su belleza y su fertilidad. Un mundo donde impera la ley del más fuerte y donde parece que conforme avanza el tiempo el hombre va retrocediendo y perdiendo todo aquello que le hacía más humano y civilizado. Aunque es mejor no adentrarse en profundidad en esta idea por cuestiones de tiempo y/o spoilers, una cosa está clara; será difícil olvidar Mad Max: Furia en la carretera.

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